Por Leonard Ravenhill
Moisés, por ejemplo, trató de evadir el encargo de gobernar y guiar a Israel argumentando sobre su lengua tartamuda; pero Dios evitó su evasión supliendo un locutor en la persona de Aarón. Jeremías también argüyó que era un niño. En el caso de Jeremías (como en el caso de Moisés) la objeción humana no prevaleció. Los hombres escogidos por Dios no eran enviados a los centros de humana sabiduría para tener sus personalidades pulidas y su conocimiento agudizado, sino que Dios cogió a estos hombres y les unió a sí mismo. Si, según Oliver Wendell Holmes, la mente de un hombre obsesionado por una nueva idea no puede retroceder jamás a sus dimensiones originales, entonces ¿qué diremos del que ha oído el susurro de la voz eterna? «Las palabras que Yo os hablo son Espíritu y son Vida», dijo Jesús (Juan 6:33). Nuestra predicación está más plagada hoy día de los pensamientos prestados por cerebros muertos que del Señor. Los libros son buenos cuando son nuestros guías, pero malos cuando son nuestras cadenas.
Del mismo modo que por medio de la energía atómica nuestros científicos han alcanzado nuevas dimensiones de poder, así la Iglesia ha de redescubrir el poder ilimitado del Espíritu Santo. Para romper la iniquidad de este siglo sumergido en el pecado y sacudir a la complacencia de los santos dormidos, algo muy real se necesita. La predicación vital y la vida victoriosa deben venir de sustanciosas velas en la cámara de oración. Alguien dijo: «Debemos orar si queremos vivir una vida santa.» Sí; pero debemos vivir una vida santa si queremos orar. Acordaos de David, que dice: «¿Quién subirá al monte del Señor? El limpio de manos y puro de corazón» (Salmo 24:3 y 4).
El secreto de la oración es orar en secreto. Los libros sobre la oración son buenos, pero no son suficientes. Ocurre con los libros como con las hermosas cocinas: son muy buenas, pero de nada sirven si no se condimenta en ellas. Así puede uno leer una biblioteca entera de libros sobre la oración, pero no obtener ni una brizna más de poder en la oración. Debemos aprender a orar, y debemos orar para aprender a orar. Puede ser una pérdida de tiempo para un enfermo leer el mejor de los libros sobre salud física, si no hace nada más. Así puede uno leer acerca de la oración y maravillarse de la paciencia de Moisés, conmoverse por los llantos de Jeremías y, sin embargo, no ser capaz de empezar con el abecé de la oración inter-cesoria. Como el cartucho en el morral no consigue caza, así el corazón que no está cargado de ansiedad por las almas no obtiene victorias.
«¡En el nombre del Señor os ruego que la oración alimente vuestra alma como las comidas alimentan vuestros cuerpos!», dijo el fiel Fenelon. Henry Martyn escribió: «Yo me atribuyo mi presente ineficacia a la falta de tiempo suficiente y tranquilidad para la oración privada. ¡Oh, que pueda ser yo un hombre de oración!» Un antiguo escritor dijo: «Mucha de nuestra oración es como el muchacho que llama a una puerta y echa a correr antes de que vengan a abrirla.» Podemos estar seguros de esto: El más grande terreno por descubrir son los recursos de Dios en respuesta a la oración.
¿Quién puede decir lo que es capaz de hacer el inconmensurable poder de Dios? Se puede calcular el peso del mundo, las medidas de la ciudad Celestial, contar las estrellas del cielo, medir la velocidad de la luz y el tiempo de la salida y la puesta del sol, pero no podéis calcular el poder de la oración. Pues el poder de la oración es tan vasto como Dios, porque Dios está detrás de él. La oración es tan poderosa como Dios, porque El se ha comprometido a responderla. ¡Que Dios tenga piedad de nosotros, ya que en este, el más alto y más noble de todos los empleos para la lengua y para el Espíritu, estamos encallados! Si Dios no nos ilumina en la cámara secreta, estamos en tinieblas. Ante el tribunal del juicio de Cristo el asunto más embarazoso para cada creyente será su falta de oración.
He aquí un magnífico pasaje del venerado Juan Crisós-tomo: «La potencia de la oración ha dominado la fuerza del fuego, puesto corcel a furiosos leones, sosegado tumultos, extinguido guerras, apaciguado los elementos, arrojado demonios, roto las cadenas de la muerte, abierto las puertas del cielo, curado enfermedades, descubierto fraudes, salvado ciudades de la destrucción, ha detenido el sol en su curso y los rayos de caer sobre la tierra. La oración es la armadura todo suficiente, el tesoro ilimitado, la mina que nunca ha quedado exhausta, el cielo jamás cubierto de nubes. Es la raíz, la fuente, la madre de mil bendiciones.» ¿Son estas palabras de Crisóstomo simple retórica para hacer superlativa una cosa común? La Biblia es testigo de que no hay ninguna exageración en ellas.
Elias era un gran experto en el arte de la oración. Detuvo el curso de la Naturaleza y puso en estrechez la economía de una nación. Oró y cayó fuego del cielo; oró y la gente cayó sobre sus rodillas; oró y llovió. Nosotros necesitamos ¡lluvia!, ¡lluvia!, ¡lluvia! Las iglesias están tan secas que la semina no puede germinar. Nuestros altares están secos, sin ardientes lágrimas de penitentes. ¡Cómo necesitamos un Elias!
Cuando Israel clamó por agua, un hombre hirió una roca y salieron aguas de la peña: ¿Hay nada demasiado difícil para Dios? ¡Que Dios nos envíe un hombre capaz de herir la peña! De esto podemos estar seguros: La cámará de oración no es un lugar simplemente para entregar al Señor una lista de las más urgentes necesidades. ¿Es verdad que «la oración cambia las cosas»? Sí, porque la oración cambia los hombres. La oración no sólo quitó el reproche de Ana, sino que la cambió de una mujer estéril en una mujer fructífera, transformó su duelo en gozo (1.a Samuel 1:10 y 2:1), cambió el duelo en danza (Salmo 30:11). Quizá nosotros estamos orando que podamos bailar, cuando tendríamos que estar en duelo. Escogemos el vestido de la alabanza, cuando Dios dice (Isaías 61:3): «A los que están de duelo les daré yo vestido de alabanza en lugar de espíritu afligido, gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en vez de espíritu angustiado, y serán llamados árboles de justicia, . plantío de Jehová para gloria suya.»
Si es cierto que segamos lo que sembramos, también es cierto que dice: «Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla, mas volverá a venir con regocijo trayendo sus gavillas» (Salmo 126:6).
Fue un clamor de duelo el de Moisés cuando dijo: «¡Oh!, este pueblo ha cometido un gran pecado...; pero te ruego perdones la iniquidad de su pecado, y si no bórrame del Libro de la Vida que has escrito» (Éxodo 32:31-32). Fue un clamor de-'duelo de Pablo cuando dijo: «Tengo gran dolor en mi corazón, pues deseara ser separado yo mismo de Cristo por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne» (Romanos 9:2 y 3).
Si Juan Knox hubiese orado: «Señor, dame éxito», nunca hubiésemos oído nada de él; pero oró diciendo: «¡Dame Escocia o me muero!», y su oración ha entrado en las páginas de la Historia. Si David Livingstone hubiese orado que pudiera abrir el África como prueba de su indomable espíritu y habilidad en la brújula, su oración se habría perdido con los vientos del bosque; pero oró: «Señor, ¿cuándo esta llaga del mundo será curada?» Livingstone vivió una vida de oración y murió literalmente sobre sus rodillas.
Para esta edad hambrienta de pecado necesitamos una iglesia hambrienta de oración. Necesitamos explorar otra vez las «sobremanera grandes y preciosas promesas de Dios». En aquel gran día el fuego del juicio va a poner a prueba la clase, no la cantidad, del trabajo que hemos hecho. Lo que es nacido de la oración resistirá la prueba. La oración consigue cosas de Dios. La oración crea hambre de almas, y el hambre de almas crea oración. El alma que entiende ora, y el alma que ora obtiene entendimiento. Al alma que ora con reconocida humildad y conociendo su flaqueza, el Señor le da fuerzas. ¡Oh, que fuésemos hombres de oración semejantes a Elias —un hombre sujeto a las mismas pasiones que nosotros—! ¡Señor, haznos orar!
En una grande iglesia con capacidad para mil personas hay una tabla con esta inscripción puesta en memoria de Juan Geddie: «Cuando desembarcó aquí en 1848 no había cristianos; cuando salió en 1872 no había paganos.»
De las Memorias de Juan Geddie, el padre de las Misiones Presbiterianas en los mares del Sur.
Desde el día de Pentecostés no ha habido ningún gran despertamiento espiritual, en ningún país, que no haya empezado en una unión para la oración, aunque fuera solamente de dos o tres. Ni el despertamiento ha continuado después que se han terminado las reuniones de oración.
Dr. A. T. Pierson
La Oración es tan vasta como Dios
Reviewed by Anónimo
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septiembre 06, 2010
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