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La Amenaza del Antinomianismo



Por John Wesley

"Un golpe a la raíz" o "Cristo apuñaleado en la casa de sus amigos"
"Judas, ¿con un beso entregas (traicionas) al hijo del hombre?" (Lc. 22:48)


"Sin santidad nadie verá a Dios" (Heb. 12:14).



Sin santidad nadie verá el rostro de Dios en la gloria. Nada debajo del cielo puede ser más seguro que esto, pues "la boca de Jehová lo ha dicho" (Is. 1:20). "Y el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mc. 13:31). Dios caería de los cielos, de la misma manera, si esta palabra cayera a tierra; esto no puede suceder.


Nadie vivirá con Dios, sino aquel que ahora vive para Dios; nadie gozará de la gloria de Dios en el cielo sino aquel que lleve la imagen de Dios en la tierra. Nadie que no es salvo del pecado será salvo del infierno en el más allá; nadie podrá ver el reino de Dios en los cielos a menos que el reino de Dios esté en él aquí. Quien quiera que vaya a reinar con Cristo en el cielo debe tener a Cristo reinando en él en la tierra. Este debe tener ese "mismo sentir (pensamiento) que hubo en Cristo Jesús" (Fil. 2:5) haciéndolo apto para "andar como él anduvo" (1 Jn. 2:6).


Sin embargo, tan cierto como es esto y tan claramente como es enseñado en las Sagradas Escrituras, difícilmente hay entre todas las verdades de Dios una que sea tan poco recibida por los hombres como ésta. Ciertamente, de alguna manera, fue intuida incluso por los sabios impíos, algunos de ellos afirmaron que nada agradaba a Dios sino el: "sancti recessus mentis, et incoctum generoso pectus honesto": "Una mente santa y virtuosa y un corazón inmerso en generosa honestidad". Aunque no podían negarlo, no obstante de una manera fácil y eficaz se evadieron de esa verdad. Fabricaron "algo" que pudiera hacer "las veces" de la santidad interior: crearon ritos y ceremonias, formas externas o acciones gloriosas para suplirla. Así los romanos lanzaron su cruzada a la felicidad futura y dieron "entrada al cielo" a todo aquel que peleara valerosamente defendiendo a su patria; a aquellos que en su vida hubiesen sido sacerdotes puros; también a los inmortales poetas que escribieron versos dignos de Febo; y también a aquellos que enriquecieran a la humanidad a través de las artes. Para los sabios impíos esto era más que suficiente para asegurarle al hombre un lugar en el cielo.

Esto, por supuesto no fue admitido por los romanos modernos quienes desecharon tales grotescas conclusiones, y aunque rechazaron estas ideas, se ingeniaron un nuevo camino para llegar al cielo "sin santidad" hacer penitencias regulares; peregrinajes a los lugares santos; orar a los santos y a los ángeles, y sobre todo esto inventaron las misas de difuntos, la absolución por un sacerdote y la extrema unción. Todo esto satisfizo a los romanistas de la misma manera que los retablos a los impíos. Miles de ellos creyeron sin lugar a dudas que practicando estas cosas, sin santidad alguna, verían al Señor en la gloria.


A los protestantes no les satisfizo esto. Reconocieron que tal esperanza no era mejor que una telaraña. Se convencieron que cualquiera que se apoyara en semejante cosa se apoyaba en un brazo roto. ¿Qué podían entonces hacer? ¿Cómo podrían ver a Dios sin santidad? Pues decidieron hacerlo, no dañando a nadie, haciendo el bien, asistiendo a la iglesia y tomando los sacramentos. De esta manera muchos miles se sentaron en las bancas de las iglesias, convencidos que estaban ya en el camino directo al cielo.

No obstante muchos no se pudieron quedar allí. Esto lo calificaron como "el papismo del protestantismo". Ellos estaban persuadidos que aunque nadie puede ser un verdadero cristiano sin abstenerse cuidadosamente de todo mal, haciendo uso de la gracia en cada oportunidad y haciendo todo el bien posible a los hombres, por otro lado, un hombre puede hacer todo esto y ser todavía un impío. Ellos sabían que ésta era una religión muy superficial, apenas bajo la piel: por lo tanto, no es cristianismo verdadero, ya que este reside en el corazón, es adorar a Dios "en espíritu y en verdad" (Jn. 4:23).
No es otra cosa sino "el reino de Dios EN nosotros" (Lc. 17:21). Es la "vida de Dios en el espíritu del hombre", es la mente que estuvo en Cristo Jesús, es "justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rom. 14:17) además, de ver esto y darse cuenta, de que ésta era una religión más profunda, sin embargo no está cimentada en un fundamento correcto, porque: "nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo" (1 Cor. 3:11). Nadie puede tener la mente de Cristo hasta que ha sido justificado por Su sangre, hasta que es perdonado y reconciliado con Dios a través de la redención que es en Cristo Jesús, y nadie puede ser justificado, de esto están seguros, sino por la fe y sólo por la fe, pues: "mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia" (Rom. 4:5).

¿Qué evasión podría encontrar el hombre ahora? ¿Qué vereda podría encontrar Satanás para dejar sin efecto toda esta luz? ¿Qué se podía hacer cuando esa gran verdad: "por gracia sois salvos por medio de la fe" (Ef. 2:8) era cada vez más y más recibida? ¿Qué?, sino persuadir a los mismos hombres que la recibieron que "convirtieran la gracia en libertinaje" (Judas 4).





"Simón el mago" apareció haciendo esto mismo y enseñando "que Cristo lo había hecho todo, lo había sufrido todo: que Su Justicia siendo impuesta en nosotros, ya no necesitamos hacer nada nosotros; que viendo que había tanta santidad y justicia en Él, nosotros no necesitamos agregarle más; que si pensamos que hay algo de esto en nosotros o buscamos tenerla es renunciar a Cristo; que desde el principio hasta el fin de la salvación todo está en Cristo, nada en el hombre y que los que predican lo contrario son legalistas que no conocen en absoluto el evangelio"


Esto es en verdad un golpe mortal a la raíz (Os. 9:16). A la raíz de toda santidad y toda verdadera religión. Esto es "una puñalada a Cristo en la casa de sus amigos" (Zac. 13:6) de todos aquellos que profesan ampliamente amarlo y honrarlo, destruyendo el propósito mismo de su muerte: saber "destruir las obras del diablo". Porque donde quiera que esta doctrina sea recibida no hay ya lugar para la santidad, la aniquila de la cabeza a los pies y destruye tanto la raíz como la rama (Mal. 4:1). De hecho, rasga todo deseo de ella y todo trabajo por conseguirla; prohíbe toda exhortación ya que puede alentar su deseo o su esfuerzo; hace al hombre temeroso de su propia santidad, temeroso de anhelar cualquier pensamiento o movimiento hacia ella, ya que el que lo hace niega la fe y rechaza la justicia de Cristo. De esta manera en lugar de ser "celosos de las buenas obras" (Tito 2:14), éstas se convierten en un aguijón en sus narices. Y se convierten infinitamente más temerosos de "las obras de Dios" (Jn. 6:28) que de "las obras del diablo".

Esta es sabiduría, pero no sabiduría de los santos sino sabiduría diabólica. Esta es la obra maestra de Satanás. ¡Más lejos que esto no puede ir! Hacer santos a los hombres sin que tengan un gramo de santidad en ellos. Santos en Cristo, aunque impíos en ellos mismos. Están en Cristo Jesús sin un ápice de la mente de Cristo o del sentir que hubo en Él. Están EN Cristo aunque su naturaleza caída esté en su totalidad EN ellos. Son completos en ÉL (Col. 2:10), aunque "en ellos" sigan siendo tan orgullosos, vanos, codiciosos y pasionales como siempre. Es suficiente: pueden seguir siendo injustos pues en Cristo se "cumple toda la justicia" (Mt. 3:15).

¡0h simples! "¿Hasta cuando, oh simples, amareis la simpleza?" (Prov. 1:22). ¿Cuánto tiempo mas buscareis la muerte en el error de vuestras vidas? o ¿no sabéis, aunque os enseñen otra cosa, que "los injustos no heredarán el reino de los cielos?" (1 Cor. 6:9). "No os engañéis" aunque muchos desean engañaros, bajo la pretensión "válida" de exaltar a Cristo, una pretensión que más fácilmente te roba por cuanto "Él es precioso para ti" (1 Pe. 2:7). Pero mientras el Señor viva: "ni los fornicarios, ni los idolatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios" (1 Cor. 6:9-11).



Habéis sido realmente cambiados, no sólo no se te tomó en cuenta, sino que de hecho fuisteis hechos justicia. "La ley -el poder interior- del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha hecho libre", verdaderamente libre de la ley -el poder- del pecado y de la muerte (Rom. 8:2). Esta es la libertad, verdadera libertad del evangelio, experimentada en cada creyente. No libertad de la Ley de Dios o de las obras de Dios, sino de la ley del pecado y de las obras del diablo. Mirad que estéis firmes en esta real -no imaginaria- libertad con la que Cristo te ha hecho libre. Y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud, por causa de esos vanos habladores, puesto que ya habéis limpiamente escapado (Gal. 5:1).

Yo te testifico, que si continúas aun en pecado, Cristo en nada te aprovecha, que Cristo no es tu salvador a menos que te salve de tus pecados, y si no purifica tu corazón, la fe en nada te aprovecha. ¡Oh!, ¿cuándo entenderéis, que el oponerse tanto a la santidad interior como exterior bajo el disfraz de exaltar a Cristo, es directamente actuar el papel de Judas traicionando al Hijo de Hombre con un beso?
 
Arrepentíos, arrepentíos. No sea que Él os divida con la espada de dos filos que sale de su boca (Ap. 1:16). Son ustedes mismos, los que al oponerse al propósito verdadero de Su venida al mundo, están crucificando de nuevo al Hijo de Dios y exponiéndolo a vituperio abierto (Heb. 6:6). Son ustedes quienes esperando ver al Señor sin santidad (Heb. 12:14) a través de la justicia de Jesucristo "hacéis de la sangre del pacto una cosa inmunda" (Heb. 10:29) manteniendo la impiedad de los que tanto en ella confían. ¡Cuidado! por que la maldad está delante de vosotros. Si aquellos que sin confesar a Cristo mueren en sus pecados recibirán siete veces el castigo a su impiedad, con seguridad ustedes que han convertido a Cristo en un "ministro de pecado" (Gal. 2:17) serán castigados setenta veces siete. ¿Qué? ¿Puede Cristo destruir su propio reino? ¿Hacer a Cristo un instrumento de Satanás? ¿Poner a Cristo en contra de la santidad? ¿Hablar de Cristo como salvando a Su pueblo en sus pecados? Todo esto no es mejor que decir: "Él los salva de la culpa pero no del poder del pecado". ¿Harás de la justicia de Jesucristo tal cobertura de la injusticia del hombre queriendo decir con esto que el "impío" de cualquier clase heredará el Reino de los Cielos?

¡Detente! ¡Considera! ¿Qué estás haciendo? Habías corrido bien al principio, ¿quién os embrujó? ¿Quién os ha corrompido de la simplicidad de Cristo, de la pureza del evangelio? Tú sabes "que aquel que cree es nacido de Dios" y "que el que es nacido de Dios no practica el pecado, pues Aquel (Jesús) que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca" (1 Jn 5:18). ¡Oh!, ¡volveos al verdadero, al puro, al evangelio primitivo, el que habéis recibido en el principio! Volveos a Cristo, que murió para haceros una nación santa "celosa de buenas obras". "Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras" (Ap. 2:5). "Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo" (Jn. 5:17). Si no trabajáis, vana es vuestra fe. ¿Por qué? "¿Quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta" (Stg. 2:20)? "Acaso no sabéis que aunque tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy" (1 Cor. 13:2). ¿Acaso no sabéis que toda la sangre y la justicia de Cristo, a menos que tengamos la mente de Cristo y ese sentir que hubo en Cristo Jesús y andemos como el anduvo, sólo nos hará dignos de mayor condenación? "Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, está envanecido, nada sabe, y delira acerca de cuestiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias, pleitos, blasfemias, malas sospechas, disputas necias de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad" (1 Tim. 6:3-5). No tengáis más temor de exhortaciones fuertes enfocadas a la santidad ya sea interior como exterior. Porque en esto el Padre es glorificado y el Hijo de Dios verdaderamente exaltado. No llaméis de una manera estúpida y sin sentido a todo esto: "Legalismo" -palabra tonta y sin sentido-. No estéis temerosos "de estar bajo la ley de Dios" sino de "estar bajo la ley del pecado". Amad más las predicaciones estrictas, aquellas que más urgen en el corazón y te muestren en que no te pareces a Cristo, y aquellas que te impulsen a amarlo con todo tu corazón y a servirlo con todas tus fuerzas.



Permitidme que os alerte de otra palabra vana y sin sentido. No digáis, "Yo nada puedo", pues si lo hacéis entonces no conocéis nada de Cristo, y no tenéis fe. Porque si tú tienes fe, si tú crees, entonces tú "puedes hacer todas las cosas en Cristo que te fortalece" (Fil. 4:13). Tú puedes amarlo y guardar sus mandamientos y para ti "Sus mandamientos no son gravosos" (1 Jn. 5:3). "¿Gravosos a los que creen?", en ninguna manera. Son el gozo de tu corazón. Muestra pues tu amor a Cristo guardando sus mandamientos, caminando en sus ordenanzas sin mancha (Lc. 1:6). Honra a Cristo obedeciéndole con todas tus fuerzas, sirviéndole con todo tu empeño. Glorifica a Cristo imitándolo en todas las cosas, andando como Él anduvo. Guárdate para Cristo guardándote en todos sus caminos. Confía en Cristo para que viva y reine en tu corazón. Ten confianza en Cristo que Él va a cumplir en ti todas sus preciosas promesas, que Él hará en ti todo el placer de Su benignidad y toda la obra de fe en poder. Aférrate a Cristo hasta que Su sangre te haya limpiado de todo orgullo, enojo y todo deseo del mal. ¡Deja que Cristo lo haga todo! Deja que Aquel que ha hecho todo por ti, lo haga todo en ti. Exalta a Cristo como príncipe, para dar arrepentimiento, como salvador para darte al mismo tiempo la remisión de tus pecados como un corazón nuevo, para renovar un espíritu recto en ti (Sal. 51:10). Este es el evangelio, el puro, el genuino evangelio: Las buenas nuevas de salvación.



No es nuevo, sino el antiguo evangelio que permanece para siempre, el evangelio, no de Simón el mago, sino el de Jesucristo. El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo "os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos, cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios" (Ef. 3:16-19).
La Amenaza del Antinomianismo La Amenaza del Antinomianismo Reviewed by Trono de Gracia on julio 01, 2009 Rating: 5

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